Las cicatrices invisibles de la guerra
- Fernando Vega
- 9 oct 2024
- 12 Min. de lectura
“El comportamiento de los actores armados hacia las mujeres privilegió el ataque de lo más preciado para ellas: su tierra, sus familias y su vida”[1].

El mal en el corazón humano
El día fatal una entrega pendiente, una promesa de regreso a las tres de la tarde. Sin embargo, el destino, en su cruda ironía, se llevó consigo a aquel que prometió retornar. Llegaron las llamadas de sus amigos y familiares, una alerta, y la desesperación se apoderó de su voz. Ella salió de Ipiales y corrió hacia Llorente, donde la fatalidad la esperaba. Los clientes de su esposo confirmaban entregas en la vía, pero la mercancía destinada a Llorente no fue entregada.
El kilómetro 87 marcó la frontera de la incertidumbre. Allí, su hermano, un faro en la oscuridad, la recibió en medio de su preocupación. Lloraron toda la noche, esperando el amanecer que los llevaría a La Guayacana. En aquel lugar, entre la angustia y el desconcierto, una amiga, Inés, sostenía la esperanza frágil de que él estuviera vivo.
Al día siguiente salieron para Llorente. La búsqueda, un acto lleno de dolor y desgarramiento, los llevó a salir por la calle bulliciosa, pasar por el mercado y, cuando se acercaban al río, su amiga Inés gritó: "¡Hay un muerto!". Luego la abrazó en la penumbra de la incertidumbre. Los testigos silenciaron sus lágrimas, conscientes de que, en aquel lugar donde la muerte dejaba su huella, cualquier expresión de dolor era arriesgada. No podían permitir que los grupos armados se enteraran de que ellos estaban ahí. No podían llorar sin su autorización.
Con valentía, buscaron a quienes perpetraron la tragedia, negociaron con paramilitares y guerrilleros, pues alzar a los caídos requería una danza peligrosa con la muerte, necesitaban autorización. Su hermano y su hijo, testigos del horror, se unieron a la travesía para llevarlo de vuelta. Cuatro tiros, la sangre regada en su rostro, un adiós en el rincón oscuro detrás del río.
Según la Justicia Especial para la Paz (JEP), en este territorio los cuerpos de las víctimas eran arrojados a quebradas y ríos, para lo cual, en algunos casos, introdujeron piedras en los cuerpos; y algunas veces eran enterrados en fosas comunes o dejados a la vista de las comunidades para sembrar terror[2].
Al regreso, cargado de duelo, cruzó el Diviso, donde el temor a los retenes paramilitares amenazaba con detenerlos. La orden de Llorente, como un pasaporte macabro, les permitió avanzar hacia el último adiós. En el funeral, su hermano le recordó la bendición de encontrarlo con intención de consolarla, mientras ella, en su lamento constante, se preguntaba una y otra vez, por qué, por qué, por qué.
Ese día en que la soledad se adueñó de ella, el camino siguió. Confiaba en que Dios seguiría guiando sus pasos. Deudas y dos niños pequeños tejían la trama de sus días. La pérdida del ser amado reveló la razón detrás de su asesinato: llamadas extorsionadoras, amenazas encarnadas que exigían un pago de diez millones de pesos.
Llorente
Llorente es un pueblo bullicioso. La gente que lo conoce lo sabe. Bullicioso y peligroso. Y eso que ahora, enero de 2024, está calmado. En la “época de la abundancia” era peor. Ahora, un sábado a las siete de la noche, casi no se puede caminar por sus calles, especialmente por la calle principal. Cientos de personas van de un lado a otro, especialmente en motos, que retumban como enjambre de abejas. Caminas por la calle principal como aturdido, siempre con el máximo cuidado para que no te estrellen o para no chocarte con nadie, pues no sabes quién es quién en este pueblo.
Para llegar a Llorente se necesita viajar unas cuatro horas desde Ipiales. Llorente es un corregimiento que hace parte de Tumaco, de clima tropical. Las calles son pocas, el pueblo se construyó sobre la vía que va hacia Tumaco, como muchos de los pueblos de esta zona.
Es muy conocida la calle oscura; dedicada especialmente a los burdeles y cuya entrada está pintada con letreros alusivos al grupo armado del momento: la Segunda Marquetalia, frente Iván Ríos, FARC EP. Más adelante se encuentra la calle que va al mercado y luego al río; un lugar que ha visto innumerables veces a los hombres acabar con la vida de sus hermanos. Esta calle que va al mercado también es especial porque, si Llorente es ruidoso, esta puede ser su calle más ruidosa: bares, discotecas y cantinas dominan este lugar. Solo ruido.
Llorente sintió el peso del conflicto armado especialmente a partir de 1990, cuando las FARC hicieron su entrada. De acuerdo al macrocaso 02 de la Justicia Especial para la Paz (JEP), en esos años las extintas FARC se asentaron en los territorios de Tumaco, Ricaurte y Barbacoas. Con una determinación implacable, implementaron una política de control territorial y social, buscando imponerse como la única autoridad en los municipios estratégicos[3].
A finales de 1999 entraron los paramilitares con la intención de desplazar a la guerrilla y controlar la región. La operación, involucró a muchos hombres y se planeó conjuntamente con el Ejército, fue enfrentada rápidamente por las FARC[4]. Al no lograr su objetivo inicial, intentaron nuevamente el 25 de agosto de 2001, donde aproximadamente diez miembros del Bloque Libertadores del Sur, vestidos de civil y armados, cometieron varios homicidios durante la noche para sembrar terror[5].
Llorente es un pueblo quebrantado, agredido una y otra vez, ignorado, olvidado. Un pueblo que camina, con esperanza, pero con una cruz muy pesada. Llorente es un pueblo al que nadie puede entrar para contar lo que pasó y, menos, lo que está pasando. Llorente es un pueblo que clama, con la sangre de sus muertos, por la paz, la verdad y la justicia.
Formarse para vivir
Doña Gloria estudió en el SENA[6], en donde sus manos hábiles se familiarizaron con el manejo de las máquinas de coser. En ese momento recibió un contrato y con lo que ganó se compró su primera máquina. Poco a poco fue adquiriendo más habilidades y, tiempo después, se matriculó en un técnico en confección textil adquiriendo mayores conocimientos en este campo. “Fue un proceso largo y difícil, pero valió la pena cada esfuerzo”, dice con orgullo. Hoy en día no solo confecciona ropa, también hace muñecos de navidad, algo que le aporta sentido a su vida, alegría e ingresos económicos adicionales.
Y, aunque doña Gloria ha podido consolidar sus habilidades para confeccionar, hay algo que aún le cuesta: las redes sociales, algo que considera importante para fortalecer su trabajo. “La tecnología sí me patea”, confiesa con una risa que no abandona su dolor. “Tengo que superar ese obstáculo. Necesito una cuenta en redes sociales para poder promocionar lo que hago. Quizás alguien vea lo que hago y quiera apoyarme”.
Doña Gloria también está terminando su bachillerato, algo que no ha sido nada fácil, pero que lo ve como un desafío que está comprometida a superar, especialmente con la motivación que su hija le da: “Ella quiere verme graduada y eso es lo que me impulsa a seguir adelante”.
Sentido de la vida
“Con mi hijo sufrí bastante porque recién pasó lo del papá, el 10 de mayo de 2003, él se envenenó. Como nosotros vendíamos insumos agrícolas, teníamos en la casa algunos productos que nos habían quedado y él cogió un veneno de esos y se lo tomó. En ese momento él tenía 13 años.
Las vecinas me ayudaron a llevarlo al hospital, cogieron un carro y lo llevaron mientras yo buscaba a la niña y buscaba los papeles. Lo habían llevado a la IPS Municipal. Cuando llegué y lo vi tenía las pupilas nubladas, solo me decía «chao mami», y me alzaba la manito.
Yo le dije al doctor: «¿se salva o se muere?», y él me dijo: «vea, es un milagro que su hijo se salve. En este momento él ya está fuera de peligro, está estabilizado. Pero es un milagro porque el veneno no actuó». El veneno llegó y se quedó quietico ahí en el estómago, no se esparció. Al quedarse ahí lo pudieron sacar con sonda y hacerle el lavado. Luego él ya empezó a volver en sí. En ese momento yo solo gritaba a Diosito que no se lo lleve.
Mi hijo se quemó la boquita, no podía comer nada, por eso tocó dejarlo ocho días en el hospital. Cuando se le preguntó por qué lo hizo dijo que porque él quería irse con él papá, que quería estar al lado del papá. Y todo eso me tocó vivirlo sola”.
5. En busca de una nueva oportunidad
En diciembre de 2004 doña Gloria partió hacia el Putumayo junto a su hija, algunos familiares que vivían allá la iban a recibir. Organizó su vida quebrantada en ese rincón lejano, dejando a su hijo en Ipiales, donde su corazón y su salario sostenían una habitación en arriendo y el alimento para que él pudiera estudiar. Frecuentemente, ella cruzaba la distancia para visitar a su pequeño, entretejiendo así el hilo frágil pero firme de su conexión materna.
En las tierras del Putumayo, la labor de ordeñar en la finca de un finquero generoso ocupaba sus madrugadas. La leche fluía en sincronía con el amanecer, transformándose de inmediato en el queso que se entregaba a las siete de la mañana. Sin embargo, el destino tejía hebras más densas y complejas para ella, entrelazando su existencia con la sombra amenazante de un grupo de paramilitares que, en el 2005, le impusieron una tarea inusual: lavar sus ropas, so pena de un destino fatídico.
Los vientos de la desmovilización paramilitar en el 2005 trajeron consigo el cambio, pero no la paz. En vez de significar un alivio para ella, fue el motivo que trajo otra vez la oscuridad, pues la guerrilla emergió como una nueva amenaza, haciéndose con el control del territorio y pintando los días de incertidumbre.
No pasó mucho tiempo para que doña Gloria se convirtiera en objetivo militar. Fue entonces cuando sus seres queridos, sopesando el riesgo inminente, le ofrecieron una opción: un hombre valiente se arriesgaría a guiarla hacia la seguridad. Sin posesiones, solo con un pequeño bolso, se montaron en una moto, envueltos en una ruana que ocultaba sus temerosas figuras. Un trayecto que normalmente tomaba cuarenta minutos se prolongó a medida que el miedo se deslizaba por la espina dorsal de la madre, pero finalmente, en medio de una fuerte lluvia, empapados, llegaron a La Hormiga y de ahí viajaron a Ipiales.
Este desplazamiento era perder nuevamente sus esperanzas, sus raíces, sus ahorros. “Comprender la dimensión que tuvo para estas mujeres el desplazamiento, el despojo, el abandono forzado de sus tierras y territorios, requiere darse cuenta de que ello significó dejarlo y perderlo todo. Los hallazgos de la Comisión coincidieron con aquellos de la Ruta Pacífica de las Mujeres para el informe La verdad de las mujeres víctimas del conflicto armado en Colombia, cuando afirmó que el desplazamiento forzado ha representado la máxima expresión de la pérdida, pues afectó su existencia, sus lazos familiares y sus relaciones con la tierra, los ríos, los bosques, los páramos y las ciénagas, así como con su pueblo”[7]. Doña Gloria intentaba construir una vida, como quien construye una casa, que es derrumbada una y otra y otra vez.
Cuando doña Gloria llegó nuevamente a Ipiales, a la habitación de su hijo, inició otra odisea. La Unidad de Víctimas[8] recibió su declaración, pero en aquel entonces la ayuda no fluía con prontitud. Los dueños de la habitación donde arrendaba para su hijo le dijeron que le habían arrendado para el niño pero que a los tres no los podían recibir. La plaza de mercado se convirtió en su santuario, donde, poco a poco, solicitaba ayuda y construía un pequeño refugio para ella y sus hijos. La lucha por mantener un techo sobre sus cabezas se intensificó, hasta que la solidaridad de una vieja amiga, a pesar de sus carencias, se erigió como un faro en la tormenta, ayudándole a conseguir un trabajo en una casa de familia.
El nuevo empleo, sin embargo, fue una senda espinosa. Una señora despiadada le prohibió la entrada de su hija a la casa, exigiendo que la mantuviera en el patio, arguyendo supuestas razones de higiene. Esta época oscura la llevó a explorar otros caminos, hasta que nuevamente la mano de su amiga la condujo a la puerta de la madre de un concejal de Ipiales. Aquel hogar, impregnado de gentileza, se convirtió en el refugio donde el destino y la benevolencia le extendieron la mano para cambiar el curso de su vida.
Así, entre desafíos y encuentros, la vida de ella se transformó. No fue un camino fácil, pero con el tiempo, la ayuda de otros sobrevivientes y, como ella decía, la benevolencia divina, su historia comenzó a escribir nuevos capítulos, tejiendo una narrativa de resiliencia en medio de la adversidad.
La vida después de la muerte
“Después de que mataron a mi esposo, no pasaron cuatro o cinco días cuando se me llegaron a la casa, a que pague la vacuna, que porque él no cumplió por eso le dieron y entonces yo tenía que pagar. En ese momento tuve miedo, lloré, andaba sobresaltada. Después me llamaban y me amenazaban, que cuándo voy a cancelar.
Así me tuvieron cerca de dos meses. Me llamaban cada semana, a veces cada 4 o 5 días. Yo tenía un amigo policía y él me dijo que ponga la denuncia en la fiscalía. Pero ellos me decían que no denunciara porque me iba a pasar lo mismo que a mi marido. Pero una vez, no sé si fue mi Dios que me dio la valentía o si fue el desespero, pero me llamaron y me dijeron que para cuándo les tenía esa plata, que se las entregara rápido sino para venirme a bajar. Yo les dije: «plata no tengo y como dicen que andan investigando, averiguando todo y me tienen todo vigilada, deben darse cuenta que no tengo plata. Él no tenía, no había y por eso no les dio. Y si me van a matar háganlo, vengan y me matan, pero con todo, también con mis hijos. Favor que me hacen quitándome de sufrir». Eso fue todo. Les colgué y hasta el sol de hoy no me han vuelto a llamar.
Por esos días recuerdo que yo tenía mucho miedo y cuando alguien pasaba al lado mío yo pensaba que me iba a hacer algo. No fue nada fácil. En ese momento mi hijo tenía 3 años cuando murió el papá y mi hija un año y 4 meses”.
El informe final de la Comisión de la Verdad destaca el sufrimiento por el que han tenido que pasar muchas mujeres a quienes les asesinaron a sus esposos y familiares más cercanos. “Las mujeres que perdieron a sus parejas han tenido que enfrentar duros y traumáticos procesos de duelo, por muerte o desaparición, muchas veces sin tiempo ni espacios adecuados para llorar o encontrar sentido a lo sucedido, mientras trataban de apoyar y proteger a sus hijos o familiares”[9].
Sueños y anhelos: aferrarse al amor
Probablemente, la fuerza más grande que tiene doña Gloria para salir adelante es el profundo amor que siente por sus hijos. Este amor es el GPS que orienta su vida. Cada obstáculo que encuentra lo supera pensando en el bienestar y el futuro de sus hijos, encontrando en ellos la razón para seguir luchando.
“Hoy en día me da mucho miedo de mi hija, que me le pase algo, que me deje, ella es mi único consuelo, mi fortaleza. Verla cómo hace ella. Es bien cariñosa, me coge a besos. Me dice: ‘vieja, fea, no te gusta que te bese’. Entonces yo digo: ‘¿será que voy a poder disfrutar de mi hija pa’ siempre?’ No podría vivir si a ella le pasa algo malo”.
A menudo, doña Gloria se encuentra reflexionando sobre el futuro, imaginando un mundo en el que pueda ver a su hija cumpliendo sus sueños. Anhela días tranquilos, llenos de risas y momentos compartidos, donde las sombras del pasado no tengan lugar. Sus hijos son su fortaleza y la luz que ilumina sus días más oscuros, recordándole que, a pesar de todo, siempre hay algo por lo que vale la pena seguir adelante.
En el tejido de sueños que habita el corazón de doña Gloria, también resuena el anhelo profundo de culminar su bachillerato, un sueño por el que sigue trabajando actualmente, entre los hilos rotos de la tragedia y el desplazamiento. Su alma ansía reavivar esa chispa de aprendizaje, iluminando con nuevos conocimientos el camino que ella misma recorrió con valentía. La idea de que la educación es la llave que abre puertas hacia un futuro más prometedor, la impulsa a enfrentar el desafío académico con la misma tenacidad con la que ha enfrentado las adversidades de la vida.
Doña Gloria también aspira a dominar las redes sociales para dar vida y voz a sus creaciones. La visión de un negocio próspero que se expande a través de las redes sociales es una oportunidad para llegar a esa estabilidad económica que tanto anhela, una estabilidad que le permitirá tejer su porvenir con los hilos de la independencia financiera.
Referencias
[1] Informe final: Hay futuro si hay verdad, Mi cuerpo es la verdad. Comisión para el esclarecimiento de la verdad, la convivencia y la no repetición. P. 35
[2] Boletín 01 Edición especial 2023, JEP, p. 9
[3] Boletín 01 Edición especial 2023, JEP, p. 7
[4] El Bloque Central Bolívar y la expansión de la violencia paramilitar, Tomo II: “Todo el mundo sabía que eran ellos”: El BCB en Nariño, Putumayo, Caquetá y los llanos orientales, Informe N° 18, Serie: Informes sobre el origen y la actuación de las agrupaciones paramilitares en las regiones, Centro Nacional de Memoria Histórica, p. 141
[5] El Bloque Central Bolívar y la expansión de la violencia paramilitar, Tomo II: “Todo el mundo sabía que eran ellos”: El BCB en Nariño, Putumayo, Caquetá y los llanos orientales, Informe N° 18, Serie: Informes sobre el origen y la actuación de las agrupaciones paramilitares en las regiones, Centro Nacional de Memoria Histórica, p. 143
[6] Servicio Nacional de Aprendizaje
[7] Informe final: Hay futuro si hay verdad, Mi cuerpo es la verdad. Comisión para el esclarecimiento de la verdad, la convivencia y la no repetición. P. 35
[8] Es la institución del Estado que, según su misión, se encarga de garantizar la implementación de una política de víctimas efectiva, eficiente, articulada e integral, con enfoque territorial, diferencial y de centralidad en las víctimas, que contribuya a la superación de su situación de vulnerabilidad y el goce efectivo de sus derechos.
[9] Informe final: Hay futuro si hay verdad, Mi cuerpo es la verdad. Comisión para el esclarecimiento de la verdad, la convivencia y la no repetición. p. 151
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